jueves, 20 de octubre de 2011

(5) La ruta de los volcanes

Las Canarias son islas volcánicas y La Palma de manera especial y como prueba la Caldera de Taburiente que ya hemos tenido oportunidad de conocer. Hoy estuvimos recorriendo la ruta conocida como de los volcanes, una serie de crestas en el sur de la isla que incluye los que tuvieron actividad en los últimos siglos. Antes hicimos la consabida foto de grupo.

Salimos del refugio del Pilar, a 1.450 metros, e iniciamos una fuerte subida. De hecho, llegamos a lo largo de la jornada a casi 2.000 metros, para luego a descender hasta los 700. Y no fueron 1.300 de bajada, como las cifras podrían dar a entender sino 1.500 acumulados (con las oscilaciones intermedias). 
Y a lo largo de las seis horas de andaina (20 difíciles kilómetros a buen ritmo, y no por las pendientes sino por el suelo de tierra y piedras) el paisaje lunar fue nuestro inseparable compañero.

Tras la primera arremetida de ascenso, que creímos que era lo más complicado, ilusos de nosotros, el descanso inicial.
Y ya el primer cráter, impresionante vista por un fondo que parece lava recién escupida por las entrañas de la tierra. 
 
Y casi es así, pues la última erupción data de 1971, ayer como quien dice y más cuando se habla de la conformación de la tierra en la que los parámetros son cientos de miles o incluso millones de años. Esta fue en Teneguía y hubo otra poco antes, en 1949, en San Juan o Nambroque, y por ambos lugares pasamos. También por las ocurridas desde 1470, fecha en la que ya estaban allí nuestros antepasados conquistadores y desde cuando existen referencias.

Y así, paseanto entre cumbres y asomándonos a cráteres echamos la jornada.Presenciamos también un curioso fenómeno, que según Fernando es habitual: nuestro camino discurre en el centro sur de la isla, en un elevado macizo. 

A derecha e izquierda están Santa Cruz, la capital, la que tiene peor tiempo, y que estaba cubierta por nubes, y a la derecha Puerto Naos, donde estamos, y Los Llanos, despejados. Las nubes llegaban a las cumbres que recorríamos y se frenaban; a veces lograban rebasarlas y empezaban a resbalar como en cascada Según Fernando, con el cambio de temperatura al poco sdesaparecen.

En los cráteres, mirábamos, nos asomábamos, observábamos, y teníamos mucho cuidado: un resbalón podía provocar una caída de muchos metros y el piso es inestable.

Y de rato en rato, un paisaje lunar increible, espectacular y muy sorprendente para nosotros.


Y cambio de paisaje: allí sólo crecen pinos, que alcanzan tamaños espectaculares, de un verde brillante las partes nuevas y más oscuras las antiguas. Y lo más sorprendente: las zonas con pinos están tapizadas por la pinocha que sueltan, cambiando el negro lunar del suelo , creando un gran contraste.

Las formas de los pinos, como éste en el que aparece O´Neall eran bastante curiosas.
En plenas crestas empezaron las dificultades para caminar: o pisábamos piedras de lava, sueltas y móviles, o montones de arena. Una y otra eran molestas, aparte del riesgo de caerse y darse un buen trompazo.

En la foto superior se aprecia el cuidado con el que teníamos que descender: pasito a pasito y experimentando posiciones.

Y cuando no se bajaba, a subir pateando un lecho de puñeteras piedras originarias del interior de la tierra.


Hubo más de un alto para sacudirnos el polvo, eligiendo siempre lugares adecuados sin el polvillo negro que nos acompañó toda la jornada.
Otras veces teníamos la sensación de que una mano con poderes superiores a los humanos había repartido las piedras por las lomas para formar imágenes casi de diseño.

Y entre caminar y descansar nos fuimos aproximando al final de una etapa durilla pero muy especial.

El paisaje siguió sorprendiéndonos hasta el final.

Eso sí, el camino estaba muy bien señalizado y además de los carteles marcado con piedras. Imposible perderse y tuvimos numerosos compis de paseo, en nuestra dirección y en la contraria, casi todos extranjeros.

Tras el esfuerzo, que no fue tal sino una agradibilísma jornada en la que sudamos lo lindo, reparadora comida en el Bodegón Tamanca, una cueva excavada en roca. Carnes y los entrantes habituales y un dueño detalloso que nos envió una botella de vino cortesía de la casa. 
Todos los días comimos a buen precio (entre 250 y 300 euros el grupo, de 12 a 14 personas) pero aquí se quedó bastante por debajo de los 200 .




La ausencia del día fue la de Toño, el anterior chófer,  al que echamos de menos, ya que por necesidades del servicio tuvo que ir con otros clientes. Esperamos verlo el sábado, día en que nos marchamos. 
Antes de volver al hotel, que tiene una piscina agradable con vistas al mar, estuvimos en una plaza de reminiscencias de Gaudí y el parque Guell, en el pueblo de Las Manchas, junto al que comimos. 
La diseñó Luis Moreda, un artista local que tiene encandilada a Blanca, la mujer de Fernando, y que era el concejal en esta localidad. Tenía gusto y originalidad.
Y finalmente, a petición de una fiel lectora, incluímos algunas fotos de las que sacaron el grupo disidente que se dedica al dolce far niente mientras otros nos esforzamos por las alturas.
 Paquito chocolatero, conde de Arrés, que muy a su pesar, está de baja de las caminatas (aunque alguna se ha metido entre pecho y espalda). Bien que le echamos de menos.
 Ogadenia, Marién y Manolo. Los segundos forman el núcleo duro que, de momento, no está por la labor pero todo se andará y ya dan pasos en esa dirección.... La primera se echa un poco a la bartola pero mañana nos acompañará en la llamada "etapa reina" por las interioridades de la caldera del Taburiente.



miércoles, 19 de octubre de 2011

(4) El Cubo de la Galga

 Nos fuimos hoy del hotel de las cercanías de Santa Cruz, Hacienda de San Jorge, que nos ha dejado a todos un buen recuerdo. 
Teníamos habitaciones con terraza casi particular, un jardín tropical espléndido y la piscina enorme y acogedora, rodeada plantas y un césped en muy buen estado. 


Antes del cambio nos fuimos a nuestra diaria excursión, esta vez al Cubo de la Galga, donde antes de empezar a andar nos hicimos la foto de grupo. Hoy, como era un poco un día de transición, Fernando nos preparó un itinerario que pudimos compartir todos, caminantes y acompañantes.
 
Es un barranco del noreste de la isla lindante con el de los Tilos que recorrimos el día anterior, el de los túneles, y también con un bosque de laurisilva espectacular. En la foto Ogadenia y Porota charlan en un descanso aunque la verdad es que la etapa fue bastante corta, apenas unas tres horas.

El paisaje, más bien selvático, era realmente exhuberante .

Y tambien, por supuesto, cuestas de las buenas. Manolo afirmó haber venido engañado, aunque luego lo llevó bastante bien.

Y mucha humedad y calor. Sudamos de lo lindo pese a que llovió un poco algún rato.

En medio, un puente que soportaba un antiguo acueducto. Aquí en Canarias el agua es un bien preciado y siempre está presente.

 La "helechada" como la denominó Fernando era impresionante. Colgaban de las paredes del barranco y en muchos puntos la tapizaban por completo con un tipo de helecho bien diferente al de Galicia. En un cruce de caminos, dejamos a los acompañantes que bajaran por otro sitio y seguimos ascendiendo un rato.
Y había sitios en que las pendientes, como todo barranco que se precie, eran profundas y un motivo para andar con cuidado. Especialmente aquí ya que plantas y árboles impedían comprobar su profundidad y eso nos relajaba, pero el riesgo era el mismo que si la pared estuviese pelada.

Y para rematar, Toño y Fernando nos llevaron a un restaurante junto a la iglesia donde está la imagen de la Virgen de las Nieves, la patrona de La Palma, a la que cada cinco año llevan de procesión a Santa Cruz. Tiene un artesonado, como casi todo aquí en pinotea, muy interesante.

La comida fue en un restaurante de carne a la brasa, aunque las papas no faltaron, un día más y por supuesto el mojo picón, un tanto especial.

Los que optaron por el chuletón disfrutaron de lo lindo hasta que no pudieron más. Los demás probamos un pollo a la brasa aliñado con hierbas, albahaca especialmente. Muy bueno.

Y luego al nuevo hotel, al otro lado de la isla, pero hicimos una parada en un mirador desde el que se contempla una magnífica vista de Santa Cruz de La Palma. Estaremos en el nuevo hotel tres días, hasta que el sábado regresemos a casa.La previsión es  hacer mañana la llamada "ruta de los volcanes".

martes, 18 de octubre de 2011

(3) A por el agua de Marcos y Cordero

Tocó de nuevo barranco, a la búsqueda de los nacientes de Marcos y Cordero, dos grandes manantiales de agua que surgen de la tripa de una montaña a más de mil metros. Salimos pronto, pero el autobús nos recogió junto a la playa justo en el momento en que estaba saliendo el sol
Hacía ya un rato que había amanecido, pero estaba nublado y parece que estábamos entre unas brumas.

Toño nos apareció hoy con una especie de guagua todo terreno con enormes ruedas, carrozada sobre el chasis de un camión.

Así pertrechados enfilamos una pista de tierra con suelo en ocasiones muy irregular y donde a veces las ramas obligaban a bajarse a algunos viajeros para retirarlas, una función que realizaron los habituales voluntarios.

Era la misma para subir y bajar, pero afortunadamente a nadie se le ocurrió venir en sentido contrario. Toño, por lo demás, no mostraba la menor preocupación mientras sus guiris de esta semana se movían como si estuvieran a lomos de un elefante dado el traqueteo.

Para más realismo, aunque no ha habido lluvias recientes, algún tramo estaba embarrado.

Retirados los obstáculos y conocidas las propiedades del Viñátigo, llegamos al punto de partida de la ruta tras una hora de todo terreno. El árbol en cuestión (Toño dixit) tiene supuestamente unas hojas que al mascarlas tienen propiedades alucinógenas y nos señaló bordes secos. Se debían, insistió, a que suben ratas a roerlas, lo que les deja en un estado de aparente borrachera. Les debe gustar, pero entonces son presa fácil de las aves rapaces.

En la foto estamos ya en la llamada Casa del Monte, a punto de comenzar el recorrido.
Empezó el baile hacia Marcos y Cordero. Íbamos a recorrer la ladera de una montaña atravesando catorce túneles, el mayor de 400 metros, excavados en el ya lejano siglo XVI por los primeros pobladores (occidentales, claro) para transportar el agua.

Son estrechos, irregulares, sin iluminación ya que su único objetivo es el canal de agua que los atraviesa. Toño se puso ropa de faena (arriba, derecha) y nos acompañó hasta el último. Luego se volvió para llevar el bus hasta el punto de llegada. Además de caminante, conoce la isla y las plantas, y nos iba ilustrando.

Uno de los riesgos son los golpes en la cabeza y a veces en los hombros, por lo que hay que controlar las paredes y techos irregulares mediante la linterna y el bastón. Este último hay que llevarlo tanteando el techo, pese a lo cual alguna caricia es inevitable.

En algunos hay charcos, pero eso es lo de menos.

Disciplinados, mantuvimos el ritmo todos ataviados con el gorro como liviana protección, pero menos es nada.

Los afortunados (previsores más bien, ya que todos estábamos advertidos) con linterna frontal lo llevaron bastante mejor. Parec'ian mineros.

Y los que no, a aguantarse, incluso cuando en un despiste la linterna rodó ladera abajo y tuvo que contener el impulso, un poco suicida, de ir a buscarla.

Y entre túnel y túnel, a disfrutar del paisaje que incluía magníficos ejemplares de pino de muchos metros de altura y enorme grosor enganchados en lugares inversosímiles de la montaña, casi sin apoyos y más bien sobre rocas.


Y dentro de los túneles, Álvaro consiguió "engañar" a su cámara y con un punto de luz  para hacer que el flash se portara e iluminara con si fuera de día en el interior, pese a que la oscuridad era casi completa.

Y llegados al último pasadizo, del que ahora hablaremos pues fue el momento cumbre, la escalada con un río en el mismo camino discurriendo como un torrente.
El ascenso es delicado y existe una cadena para ayudar al paseante.

El mismo sitio, pero aquí en un trozo cómodo, donde una pared separa bastante de la torrentera.

Superada la prueba, foto de grupo en uno de los nacientes, creo que Cordero, pero da igual, saliendo el agua de las paredes, de dentro, no cayendo, a nuestras espaldas. Antes de iniciar el descenso, dar una pincelada del último túnel: corría el agua por su interior como un río, era el más largo y solo se puede atravesar pisando encima de una acera del ancho de un ladrillo por su parte estrecha. Así hay que mantener el equilibrio, con el agua, muy  rápida pues está en pendiente, montándose sobre las botas. Cuesta.

Y luego la parte más larga, unas tres horas o más, pero que menos juego dar para contarla: el descenso del barranco, con ¡900 metros! de desnivel. En ocasiones por el fondo, como en la foto superior, y en otras por un camino en la ladera, al principio alternando pero luego siempre en la ladera a gran altura.

El silencio era total, salvo nuestro propio ruido y los caminantes que hacen la ruta en sentido contrario, más duro según Blanca, la mujer de nuestro guía, Fernando, que la ha hecho varias veces.

Y una paradita en un recodo para el recuento, no vayamos a terminar menos de los que empezamos.


La humedad y el esfuerzo nos hacen sudar, y algunos músculos cantan que no veas, salvo, con seguridad, en el caso de Porota.


Y una vez terminada la marchita, en la que empleamos cinco horas, Toño nos llevó a Andres, donde Fernando había reservado para comer. Hicimos el camino entre plantaciones de plátano.

El sitio estaba bien, en una placita peatonal junto a una iglesia del XVII, donde pudimos comer al aire libre.

Probamos el escaldón de gofío (arriba) que estaba rico, y volvimos al peixe, frito y a la plancha, además de las papas con mojo y unos chipirones fritos. Chapeau.