jueves, 19 de abril de 2018

(5) Sudoroso ascenso a Jinama




Desde la iglesia de la Candelaria, en Frontera, a primera hora de la mañana, nos pusimos en marcha para conquistar Jinama. Estábamos fresquitos, pero pronto entraríamos en calor.


Separado unos cientos de metros, sobre un montículo, se encuentra el campanario de la iglesia, lo que lo hace visible desde casi cualquier lugar.


Esta subida forma parte de la ruta de la Virgen de los Reyes en la peregrinación que realizan los herreños cada cuatro años, y posiblemente sea el tramo más duro. Motivo: es una fuerte pendiente que en poco más de 4 kilómetros asciende casi 1.000 metros.


Una pura cuesta arriba por un estrecho camino empedrado, como siempre de forma irregular, lo que añade un plus de incordio.


La mayor parte se realiza bajo la sombra de la laurisilva, una importante ayuda cuando el sol está en lo alto. Lo agradecimos. La floración estaba en su máximo esplendor.


Y conforme subíamos la enorme montaña, se nos aparecía El Golfo cada vez más a vista de pájaro.


Al cabo de un rato llegamos al Mocán de los Cochinos, un lugar tradicional de descanso en los procesos de trashumancia entre distintos lugares de la isla. Los herreños paraban a descansar y a veces los cochinos, un animal poco habituado a recorrer largas distancias, llegaban con las pezuñas destrozadas. En este relativamente amplio lugar del estrecho camino los ataban e incluso quedaban horas o un día para que se repusieran.


Y aunque para nosotros este camino es una ruta de dificultad elevada, hasta no hace mucho era una ruta clave para el acceso a El Golfo, lo que cambió en los años sesenta del siglo pasado con la construcción de la carretera. Hay en el camino bastantes mocanes, árbol endémico de las islas que produce unos frutos conocidos como yoyas, con los que los guanches fabricaban un licor alcohólico. Después encontraríamos otro lugar de parada conocido como Mocán de la Sombra, que no precisa explicación.


En general, la subida conlleva imágenes muy especiales de enormes montañas, mar inmenso, olas batiendo la costa y casas desperdigadas en medio de un paisaje verde en esta isla tan poco poblada.



De vez en cuando, aprovechando repechos o miradores, realizábamos paraditas para reagruparnos y recuperar el aliento. La planicie costera estaba cada vez más lejos.


La naturaleza es generosa en esta parte de El Hierro. Además del bosque, disfrutamos de jazmines silvestres, acedas de Madeira y canutillos, entre otras variedades silvestres.


Las balsas de agua destacan en la distancia y también la extraña configuración urbanística de Tigaday, la población central de Frontera. 


Alargada, casi como un gusano, ajena a un mínimo concepto de población ordenada. Todo tiene que ver con la edificación casi sin trabas en momentos ya pasados.


Conforme nos íbamos aproximando a la cumbre se hacía preciso recuperar energías, algo que la naturaleza que nos rodeaba ayudaba a que se produjera.


En el Miradero estábamos ya a 649 metros de altura y la planicie era algo ya lejano.


Nos venía a la memoria cada poco el sacrificio de los portadores de la Virgen de los Reyes al subir Jinama. Nosotros íbamos descansados, tranquilos y sin peso, y costaba. ¡Cuanto más con carga en este estrecho y empinado camino!


Tras un empujón final llegamos al fin a la cumbre, donde hacía viento y fresco y las nubes oscurecían el panorama. La imagen de este mirador era muy diferente a la que percibimos el primer día; entonces llegamos en coche desde el aeropuerto y hoy pateando desde abajo. Sin dudar, nos quedamos con esta última.


Descansamos unos minutos en este lugar y optamos por seguir andando hasta San Andrés, cuatro kilómetros añadidos, pero estos con escasa dificultad al tratarse de zonas llanas o ligeras pendientes.



A partir de aquí el esfuerzo fue mínimo y otra vez rodeados de florecitas seguimos nuestro paseo.


En este placentero tramo llegamos a la raya de Tejeguete, uno de los puntos en el que la Virgen de los Reyes, durante la bajada, cambia de porteadores, un proceso nada sencillo y rodeado de cánticos y bailes perfectamente pautados. Para los herreños es un asunto muy serio.

Y sin más preocupación que observar embobados llamativos verodes floridos llegamos a San Andrés, donde miembros del equipo se habían encargado de tener listos nuestros vehículos.


El destino gastronómico del día era uno de los restaurantes punteros de Valverde, de nombre un tanto poético que al parecer se refiere a la Virgen de los Reyes.


Comimos realmente bien, algunos su especialidad del cochinillo negro y el cordero. También disfrutamos de sus espectaculares postres.


Para cerrar el día nos desplazamos a la conocida como ría de El Tamaduste, situada en la parte noreste de la isla, a no demasiada distancia de Valverde.


Más que ría, y sobre todo viniendo de Vigo, es un pequeño, pero atractivo, entrante del mar junto a la que se ha construido una pequeña villa turística.


Esta "ría" en la práctica es una piscina natural y goza de fama como destino turístico. Se encuentra a pocos minutos del aeropuerto de El Hierro.


Tras un satisfactorio paseo vespertino ponemos la proa en dirección a nuestro hotel en Frontera, el Ida Inés, donde nos espera una partida de chinchimonis (o chinos), un ritual que todavía no habíamos abordado pese a que es habitual en nuestras noches de caminatas. Así cerramos un día en el que estuvimos de ruta caminera 5 horas y media.



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