martes, 18 de octubre de 2011

(3) A por el agua de Marcos y Cordero

Tocó de nuevo barranco, a la búsqueda de los nacientes de Marcos y Cordero, dos grandes manantiales de agua que surgen de la tripa de una montaña a más de mil metros. Salimos pronto, pero el autobús nos recogió junto a la playa justo en el momento en que estaba saliendo el sol
Hacía ya un rato que había amanecido, pero estaba nublado y parece que estábamos entre unas brumas.

Toño nos apareció hoy con una especie de guagua todo terreno con enormes ruedas, carrozada sobre el chasis de un camión.

Así pertrechados enfilamos una pista de tierra con suelo en ocasiones muy irregular y donde a veces las ramas obligaban a bajarse a algunos viajeros para retirarlas, una función que realizaron los habituales voluntarios.

Era la misma para subir y bajar, pero afortunadamente a nadie se le ocurrió venir en sentido contrario. Toño, por lo demás, no mostraba la menor preocupación mientras sus guiris de esta semana se movían como si estuvieran a lomos de un elefante dado el traqueteo.

Para más realismo, aunque no ha habido lluvias recientes, algún tramo estaba embarrado.

Retirados los obstáculos y conocidas las propiedades del Viñátigo, llegamos al punto de partida de la ruta tras una hora de todo terreno. El árbol en cuestión (Toño dixit) tiene supuestamente unas hojas que al mascarlas tienen propiedades alucinógenas y nos señaló bordes secos. Se debían, insistió, a que suben ratas a roerlas, lo que les deja en un estado de aparente borrachera. Les debe gustar, pero entonces son presa fácil de las aves rapaces.

En la foto estamos ya en la llamada Casa del Monte, a punto de comenzar el recorrido.
Empezó el baile hacia Marcos y Cordero. Íbamos a recorrer la ladera de una montaña atravesando catorce túneles, el mayor de 400 metros, excavados en el ya lejano siglo XVI por los primeros pobladores (occidentales, claro) para transportar el agua.

Son estrechos, irregulares, sin iluminación ya que su único objetivo es el canal de agua que los atraviesa. Toño se puso ropa de faena (arriba, derecha) y nos acompañó hasta el último. Luego se volvió para llevar el bus hasta el punto de llegada. Además de caminante, conoce la isla y las plantas, y nos iba ilustrando.

Uno de los riesgos son los golpes en la cabeza y a veces en los hombros, por lo que hay que controlar las paredes y techos irregulares mediante la linterna y el bastón. Este último hay que llevarlo tanteando el techo, pese a lo cual alguna caricia es inevitable.

En algunos hay charcos, pero eso es lo de menos.

Disciplinados, mantuvimos el ritmo todos ataviados con el gorro como liviana protección, pero menos es nada.

Los afortunados (previsores más bien, ya que todos estábamos advertidos) con linterna frontal lo llevaron bastante mejor. Parec'ian mineros.

Y los que no, a aguantarse, incluso cuando en un despiste la linterna rodó ladera abajo y tuvo que contener el impulso, un poco suicida, de ir a buscarla.

Y entre túnel y túnel, a disfrutar del paisaje que incluía magníficos ejemplares de pino de muchos metros de altura y enorme grosor enganchados en lugares inversosímiles de la montaña, casi sin apoyos y más bien sobre rocas.


Y dentro de los túneles, Álvaro consiguió "engañar" a su cámara y con un punto de luz  para hacer que el flash se portara e iluminara con si fuera de día en el interior, pese a que la oscuridad era casi completa.

Y llegados al último pasadizo, del que ahora hablaremos pues fue el momento cumbre, la escalada con un río en el mismo camino discurriendo como un torrente.
El ascenso es delicado y existe una cadena para ayudar al paseante.

El mismo sitio, pero aquí en un trozo cómodo, donde una pared separa bastante de la torrentera.

Superada la prueba, foto de grupo en uno de los nacientes, creo que Cordero, pero da igual, saliendo el agua de las paredes, de dentro, no cayendo, a nuestras espaldas. Antes de iniciar el descenso, dar una pincelada del último túnel: corría el agua por su interior como un río, era el más largo y solo se puede atravesar pisando encima de una acera del ancho de un ladrillo por su parte estrecha. Así hay que mantener el equilibrio, con el agua, muy  rápida pues está en pendiente, montándose sobre las botas. Cuesta.

Y luego la parte más larga, unas tres horas o más, pero que menos juego dar para contarla: el descenso del barranco, con ¡900 metros! de desnivel. En ocasiones por el fondo, como en la foto superior, y en otras por un camino en la ladera, al principio alternando pero luego siempre en la ladera a gran altura.

El silencio era total, salvo nuestro propio ruido y los caminantes que hacen la ruta en sentido contrario, más duro según Blanca, la mujer de nuestro guía, Fernando, que la ha hecho varias veces.

Y una paradita en un recodo para el recuento, no vayamos a terminar menos de los que empezamos.


La humedad y el esfuerzo nos hacen sudar, y algunos músculos cantan que no veas, salvo, con seguridad, en el caso de Porota.


Y una vez terminada la marchita, en la que empleamos cinco horas, Toño nos llevó a Andres, donde Fernando había reservado para comer. Hicimos el camino entre plantaciones de plátano.

El sitio estaba bien, en una placita peatonal junto a una iglesia del XVII, donde pudimos comer al aire libre.

Probamos el escaldón de gofío (arriba) que estaba rico, y volvimos al peixe, frito y a la plancha, además de las papas con mojo y unos chipirones fritos. Chapeau.



1 comentario:

  1. buenooooooooo........lo que nos pase a vosotros ....terremotos , inundaciones...ya me contareis
    bsos ..y suerte que la necesitais
    cati

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