lunes, 16 de abril de 2018

(2) Anaga: de la Cruz del Carmen a Punta del Hidalgo


Al día siguiente continuamos explorando Anaga por segunda y última vez, de momento. El lugar de salida fijado por Fernando fue la Cruz del Carmen. Es un punto muy concurrido y allí se encuentra un pequeño centro de interpretación de la comarca. 


Pese a su modestia, recorrerlo permite hacerse una idea de las maravillas naturales que encierra Anaga y de la vida que sus habitantes llevaron casi hasta ayer mismo, en un lugar tan complicado para sobrevivir. A 920 metros de altura, se trata de un cruce de caminos utilizado en el pasado para dar salida a los productos de esta comarca. Hay tambien un mirador para contemplar La Laguna y sus alrededores.


Iniciamos la marcha entre brumas y por un camino cómodo en suave descenso. Todos nos preguntábamos si se trataba de un espejismo o, realmente, iba a ser una etapa relajante. Ni mucho menos fue así, como después comprobaríamos. Aunque enseguida salió el sol, el suelo estaba húmedo y a ratos embarrado, lo que obligaba a tener cuidado con los resbalones.


Abandonada la protección del bosque de laurislva aparecieron los majestuosos paisajes de Anaga: barrancos, cortados, diques volcánicos e incluso vallecitos con caseríos y pequeñas áreas anexas con cultivos. 


Seguíamos moviéndonos con comodidad, pero esto pronto iba a terminar. Avanzo los datos de ese día: acabaríamos haciendo casi 11 kilómetros, nada de particular, pero la clave es que acumulamos 645 metros de subida y, ojo al dato, algo más de 1.500 de descenso.


Ignorantes de las dificultades que se avecinaban, seguíamos disfrutando con las flores silvestres, como este bicácaro campanilla tan llamativo.


Bordeamos un caserío en el Roque de los Pinos que disfruta de una vista excepcional y donde tiempo atrás su propietario tuvo que tomar medidas ya que perros asilvestrados le diezmaban el ganado. Ahora, una verja protege sus cabras y el problema al parecer está resuelto.


En esta primera parte del camino, con suelos que permitían levantar la vista, firmes, de arena y todavía sin pendientes excesivas, el paisaje envolvía nuestros sentidos.


El disfrute duró un buen rato.


Nos encontramos también con dragos enormes.


Y también diques volcánicos tapizados en verde hasta la misma cresta y ya con el Atlántico al fondo.


En el caserío de Chinamada, ya  a 600  metros sobre el nivel del mar, donde paramos unos minutos para tomar un pequeño refrigerio, iban a cambiar las tornas. Situado entre el barranco de la Angostura y el del Tomadero, este asentamiento rural incluye casas cueva.


Allí nos percatamos de este curioso sistema de hidratar los cultivos de papas, que consiste en colocar hojas de tunera, muy húmedas, que se la aportan al cultivo.


La materia prima es muy abundante en toda la zona.


Algo más de mediada la ruta llegamos al mirador de los Dos Hermanos, donde la preciosidad de la vista obligaba a un descansillo. El aire era fresco, el mar estaba casi a nuestros pies e íbamos a iniciar un descenso en picado.


El cortado  cae casi en vertical y no es tampoco un sitio amplio, por lo que se ha protegido con una valla de madera en la que posaron Jaime y Maika tan felices.


El día nos acompañaba y si acaso había que tener la precaución de protegerse del sol.


Se iniciaba aquí la parte más dura, sobre todo por las características del suelo, con piedras sueltas de todo tipo y tamaño que obligaban a moverse con cuidado y justificaban caminar con botas. 


Rodeados de cardones y de todo tipo de monte bajo (tabaibas, brezos en flor, follaos y tajinastes, principalmente) y con abundancia de oquedades naturales, cuya configuración explica por qué en el pasado se construían casas cueva siguiendo la tradición guanche, aunque ellos se limitaban a habitar directamente en estas cuevas.


Hay algunos tramos en los confluyen una elevada pendiente, las piedras y también tierra, lo que obliga a descender con lentitud y asentando el pie casi como si se caminara sobre hielo. Y con piedras irregulares se incrementa la dificultad.


Así estuvimos un buen rato y cuando llegamos al nivel del mar aún tuvimos que caminar ¡sobre piedras y guijarros! para llegar a Punta del Hidalgo. Y en este momento, con el sol en lo alto, hacía calor. Como recompensa, la visión del mar era espléndida.


Con buen apetito, dada la caminata y los avanzado de la jornada, nuestro destino a efectos gastronómicos era la Cofradía de Pescadores. Al tratarse de un lunes estaba poco concurrida y nos ofrecieron una verdadera sorpresa:


Se trataba de la mitad de un mero que pesaba 6 kilos, lo que da idea del tamaño completo del peixe. Éramos diez comensales y nos pareció una proporción razonable, así que aceptamos y nos lo prepararon a la brasa. Todo un acierto, estaba exquisito y nos costó terminarlo. De entrantes, pulpo, papas y camarones. Un lujazo.


Junto a nosotros el mar golpeaba con fuerza y las olas amenazaban alcanzar el paseo. Con esa música de fondo comimos tranquilamente y después subimos hasta la carretera para tomar el bus hasta La Laguna. Habíamos dejado los coches en la Cruz del Carmen, por lo que un grupito tomó un taxi para ir a recogerlos y dar así por concluida la jornada. Al día siguiente tocaba desplazamiento a El Hierro y visita organizada por la mañana a La Laguna.


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