viernes, 21 de octubre de 2011

(6) Susto en el barranco de las Angustias

9:30 : formación en Los Brezitos para iniciar el paseo por el barranco de la Caldera. Último día de vacaciones en La Palma y plato fuerte en la sexta excursión.
12:00: descenso realizado y explicaciones en el centro de interpretación.
13:00: el descenso avanza y todo marcha perfectamente. Paramos un rato a comer algo.
13:30: empieza a llover intensamente. Tenemos que protegernos bajo un peñasco que nos libra de la lluvia.
14:00: la lluvia no sólo no para sino que arrecia. El cauce empieza a subir y caen piedras de la altura de la pared. Hay peligro y Mauro y Fernando nos sacan de allí. Pasamos dos arroyos que no paran de crecer y localizamos una caseta en mal estado, pero caseta (pajero para los canarios) al fin y al cabo. Recuperamos el aliento.
15:00: Aviso al 112 . Seguimos en el pajero mientras llueve intensamente y, para entrar en calor, cantamos y bailamos. Beni y Ana (un poco en broma, un poco en serio) empiezan a hacer recuento de los víveres por si hay que pasar la noche allí.
18:00: Llega el primer rescatador.
19:00. Nos vamos, con la ayuda del personal de emergencias y luego de la Guardia Civil.
20:00: La aventura termina felizmente. Pese a los avatares, ni un mal rasguño, ni nosotros ni que sepamos ninguno de los demás senderistas.
El resumen de la jornada evidencia que no fue un día cualquiera en la vida de un senderista. En la de nuestro grupo, sin duda el más especial, aunque también nos acordamos de la tormenta de Hontanas, que tuvo su aquel y además, ese día incluso nos salvamos solos. En esta etapa se nos unió, felizmente, Mauro Fernández, buen amigo de Fernando, palmero con ascendencia aborígen constatada, y experto en patearse estos pagos desde hace más de veinte años.
En la imagen siguiente se ven los llamados picos de los frailes, topónimo que se explica por sí solo.
La primera parte del día fue como todos, estupenda, con paisajes y vistas espectaculares. El ascenso a Los Brezitos, por una carretera superestrecha y llena de curvas con nuestro microbús, dejando el precipicio a la derecha, resultó, digamos que emocionante (por decir algo) .

Fue un paseo suave, descenso casi en su totalidad con mínima pendiente y un suelo inmejorablemente blando.

Así, paseando y disfrutando del buen tiempo fuimos acercándonos al lecho del barranco.



Una vez abajo hubo quien no tuvo demasiada suerte a la hora de cruzar el regato y se preocupó por empapar las botas de agua, ignorante de lo que vendría después.
Visto lo visto, los demás extremaron las precauciones.
Después de un rato aparecieron nubes por la cumbre de la Caldera y empezó a lloviznar suavemente.

Estuvimos en el centro de interpretación observando una maqueta y atendiendo a las explicaciones del encargado. 
 A partir de ahí, el descenso se hace más abrupto, mucho más, y Blanca nos advirtió que encontraríamos una figura significativa. ¿A qué sí? Es el roque de Idafe.
 Alguna hasta se dedicó a hacer monerías.
Y así, confíados y cruzando una y otra vez un regatillo con poca agua y poca fuerza seguimos disfrutando del día.

Poníamos todo nuestro empeño en no mojarnos...

Realmente, era bastante fácil caerse haciendo equilibrios.
En una de éstas la experta Porota imitó a Ana en lo que entonces, ilusos, consideramos una metedura de pata.
Paramos un ratito a comer en el mismo lecho del barranco, totalmente seco.
Y, casi de improviso, llegó el dilivuo.
Pegados a la roca y protegidos con plásticos y chubasqueros, quienes los tenían, aguardamos infructuosamente a que escampara, pero no escampó...Allí mismo empezamos a comprobar que el agua subía un montón cada minuto que pasaba. Fernando y Mauro parlamentaron y decidieron que teníamos que subir.

De forma abrupta, el río empezó a aumentar de caudal y a convertirse en una torrentera. En la siguiente foto se aprecia claramente la situación: por allí pasamos cuando no llevaba casi agua y en un par de horas se convirtió en una ríada que dejó aislados, muy cerca nuestra a unas veinte personas, casi todas alemanas, que llevaban una guía experta.Estuvieron dos horas a la intemperie bajo la tormenta.

Con los arrastres el agua baja marrón y se diferencia poco de las rocas. Nosotros estábamos ya a la izquierda, en la pajera, y a la derecha, el otro grupo. Los veíamos desde nuestro refugio y daban pena, pero nada podíamos hacer.
Desde la pajera solo veíamos el exterior por la puerta y este ventanuco, que daba al barranco. La pared de enfrente estaba seca al principio y luego todo eran escorrentías.


Fernando y Mauro, veteranos expertos de esta zona, nos aseguraron que nunca habían visto una cosa igual.

Dentro intentábamos secarnos, quitarnos el frío (sin éxito) y llamar por los móviles, casi todos inoperativos.

Apretujándonos nos dábamos algo de calor, aunque la mirada de alguno (eh Álvaro) era todo un poema. Porota y Ogadenia no tenían ni un chubasquero. Pasado un rato nos dedicamos a cantar de todo, desde la Rianxeira hasta canciones de la tuna. Aprovechamos para dar palmas y saltar y todos los extranjeros nos secundaron (incluso una alemana cantó una canción). Nos levantó la moral, nos entretuvo y nos hizo entrar en calor.

Al principio la pajera era todo para nosotros y los dos holandeses (holandés y holandesa, como bien nos percatamos todos y todas) que habíamos prohijado, pues como iba en tirantes le dimos una toalla. Pero empezaron a llegar nuevos náufragos y la balsa se estaba cada vez más colmatada, pareciéndose peligrosamente al camarote de los hermanos Marx. Dábamos por supuesto que íbamos a pasar allí la noche y la perspectiva no era nada atractiva pues llovía dentro y no cabíamos todos ni de pie aparte de la falta de abrigo...

 Al filo de las seis, por fin, amainó.

Pudimos salir el exterior y respirar libremente. Pero seguíamos mojados y con frio, especialmente el vasco que tiene los brazos cruzados. El y su mujer habían ido a pasear con tenis, sin  ropa de abrigo alguna y sin palo. Aunque les ayudamos con nuestras escasas pertenencias, seguro que no lo vuelven a hacer.

Momento en el que desciende nuestro ángel de la guarda, el primer rescatador que llegó a la pajera. 
 Tuvimos la impresión de que eran unos auténticos profesionales.

Aquí ya son dos y están evaluando si nos ayudan a pasar la noche, primera idea, o bien se arriesgan a llevarnos andando, como finalmente se hizo. Antes investigaron si había alguien herido, enfermo o niños, presumiblemente para llevárselos en el helicóptero. No fue necesario. Consultaron y nos dijeron que, inmediatamente, antes de que cayera la noche, teníamos que ponernos en marcha.

Así,empezamos la marcha muy animados al ver que salíamos de allí. 52 personas más los rescatadores .Una larga fila.

Aunque ayudaban y era amables, nos espoleaban para que anduviéramos deprisa: había poco margen y si caía la noche el riesgo se multiplicaba.

El paso del torrente, que hicimos un montón de veces, era lo más complicado y donde ellos tenían que multiplicarse. Milagrosamente no vimos ni una caída a pesar de que a veces nos metíamos hasta por encima de las rodillas en el torrente de agua, y no veíamos ni el fondo ni la profundidad.

En medio de la operación apareció un segundo helicóptero, este de la Guardia Civil. Ante nuestro asombro, apoyó una de las patas en la roca unos instantes, el tiempo justo para que saltaran dos agentes. Chapeau.

Poco a poco acortábamos el camino hacia la meta. En el grupo nos dividimos por parejas a la hora de cruzar las aguas turbulentas. 



También encontramos obstáculos en el camino, rocas y barro sobre todo, pero también piedras movidas por la riada. Guardias y personal de emergencias se multiplicaban para ayudar yendo de arriba a abajo con sorprendente agilidad y celeridad.



Pero todo cambió al llegar al final del barranco. Allí había montado un sorprendente dispositivo de emergencia.

Ambulancias, bomberos, Policía Local, coches de la Guardia Civil, un montaje llamativo coordinado por el Gobierno de Canarias y directamente por el consejero de Medio Ambiente.

Recuperada del susto, Ogadenia, luciendo sus tenis, no resistió la tentación de fotografiarse ante el helicóptero de la Guardia Civil y no tengo noticias de que les pidiera algún autógrafo. Sospecho que la próxima vez irá con botas de montaña.

 Y también estaban los sufridos chicos de la prensa, perdón de las televisiones, a los que, nobleza obliga, les facilitamos el trabajo en lo posible pese a nuestras ganas por llegar al hotel.

Y antes de terminar, un recuerdo afectuoso a los sufridos fotógrafos oficiales del grupo: Álvaro, Mariajo y Alfonso, que han decidido formar un equipo denominado Alfonso Reinaldo Blanco, nombre con el que firmaron la foto que publicó el Diario de Avisos . Son muchos, tres, y bien avenidos.
Y tras la liberación, perdón, tras el rescate, ducha rápida y cena con risas y alegría en el restaurante Don Quijote. Inicialmente prevista para las ocho se celebró dos horas y media después pero hubo mucho que contar.




Y además de disfrutar de la última cena de la semana hablamos una vez más de la escapada de la próxima primavera, donde iniciaremos en mayo el camino francés en Le Puy en Velay, escapada de la que se informará oportunamente . Hasta entonces... salvo que por medio surja alguna otra excursión.....Esperemos que el próximo cumpleaños del que ésto escribe, sea un poco menos emocionante.