Simplemente, que a las ocho de la mañana, hora a la que estábamos citados, hacía verdadero fresco en el exterior del centro de interpretación del Parque Cultural El Julan, concretamente 7 grados y un viento muy fuerte que rebajaba más la sensación térmica. La chica rubia es Kenelma, y fue nuestra amable guía durante las varias horas que duró la visita. También gestionó ropa de abrigo para un par de personas que no habían sido suficientemente previsoras.
Para llegar al Julan atravesamos la isla de punta a punta a primerísima hora de la mañana, ya que estábamos a una hora en coche y nos dieron de desayunar en el hotel a las 6, un detalle. Esta parte de la isla, en la que se encuentra el municipio de El Pinar, tiene, como su nombre indica, numerosos bosques de pinos. Por nuestra parte, teníamos concertada la visita guiada a la zona, ya que no se puede acceder de otra manera, con descenso a pie por la ladera hasta el yacimiento arqueológico.
Iniciamos el camino abrigaditos y nos llevó un buen rato llegar a la parte de los yacimientos de destino, ya que recorrimos varios kilómetros de bajada.
Pero pronto apareció el sol y la temperatura nos dio un respiro.
Íbamos a ver una zona donde vivieron los bimbaches, denominación de los habitantes originales de la isla hasta que llegaron los conquistadores castellanos. Hay muy pocas huellas de su existencia, por éso este parque arqueológico tiene tanta importancia.
Estábamos en una ladera donde pastoreaban y residían parte del año.
La primera parada fue una cueva utilizada con fines habitacionales y previsiblemente para guardar animales. Es de una gran amplitud.
Desde allí proseguimos el descenso hasta la zona de los restos arqueológicos.
La vegetación es muy escasa en esta zona tan ventosa.
En la imagen inferior estamos rodeando unos petroglifos, de los que observamos muchos en un recinto amplio flanqueado por barrancos. Nos explicaron que los intentos de interpretar estos dibujos han sido infructuosos y que no se conoce su significado.
En cualquier caso, tienen un gran valor cultural, por lo que las visitas se realizan siempre de forma tutelada y está vetado pisarlos o provocar cualquier daño.
En este lugar hay también varios concheros repletos de conchas de lapas. Se da por seguro que este bivalvo era una de sus fuentes de alimentación y debían ser muy abundantes.
Las comían y no se molestaban en eliminar sus restos, las conchas, que se limitaban a tirar en hondonadas y todavía hoy están visibles en gran cantidad ya que no les afecta el paso del tiempo.
Las comían y no se molestaban en eliminar sus restos, las conchas, que se limitaban a tirar en hondonadas y todavía hoy están visibles en gran cantidad ya que no les afecta el paso del tiempo.
Otro punto de interés en El Julan es el tagoror, lugar de reuniones de los aborígenes, una especie de plazoleta rodeada de piedras destinadas a sentarse y donde (se supone) se juntaban para sus debates. Como con las cuevas y los grabados en piedra, los datos son mínimos.
Por suerte para nosotros, nos evitamos la subida de regreso ya que nos trasladaron en unos vetustos jeeps que cumplieron su cometido. La visita concluyó con una picadita (piña, queso y vino, todo productos locales) y con esta imagen (abajo) de la costa de El Julan (sur de El Hierro). Vimos una pequeña exposición y un vídeo en el centro de interpretación y salimos ya cerca de la hora de comer.
Aprovechando que estábamos cerca, Fernando nos condujo después a La Restinga, en la punta inferior de la isla. Este lugar es conocido como paraíso para el buceo y de hecho hay numerosas empresas que ofertan para este tipo de actividad. También por ser el lugar más próximo a la última erupción volcánica, que tuvo lugar dentro del mar en el año 2011.
Era ya la hora de comer y recalamos en Casa Juan, un local de pescados donde nos instalaron en una mesa cómoda y disfrutamos de buena comida.
Algunos de sus platos, caso del postre de la imagen, ofrecían esta cuidada presentación.
Tras un paseo por el muelle de La Restinga (arriba) nos dirigimos al lugar de Tacorón. Esta es una zona costera, famosa por sus lavas cordadas, ya que se llaman así cuando la lavaal fluir forma una especie de maroma que después queda petrificada.
Una vez en Tacorón, los más osados y osadas decidieron no dejar El Hierro sin darse un chapuzón, del que salieron muy satisfechos aunque el agua estaba fresquita
Una vez en Tacorón, los más osados y osadas decidieron no dejar El Hierro sin darse un chapuzón, del que salieron muy satisfechos aunque el agua estaba fresquita
Curiosamente, de regreso al hotel hicimos una parada cerca de Valverde, en una plaza junto a una iglesia donde un grupo de jóvenes, y también niños y niñas, estaban ensayando una de las danzas de la bajada cuatrienal de la Virgen, seguramente para algún evento. Bailaban un son repetitivo con bombos y tambores. Estuvimos un rato observándolos.
Al día siguiente (sábado 21, último hábil ya que el domingo regresábamos a casa) elegimos visitar el ecomuseo de Guinea y el lagartario, situados en Frontera. Faltaba Blanca, que adelantó un día su partida porque tenía un compromiso que atender en Las Palmas. Una delicia haber compartido con ella y con sus ingentes saberes sobre plantas y naturaleza, estos días de caminatas.
El recinto tiene dos partes diferenciadas: el antiguo poblado de Guinea, habitado desde tiempos muy lejanos y hasta mediados del siglo XX, y la zona donde muestran los conocidos lagartos de El Hierro.
Este pueblo te traslada quieras o no a la realidad de la vida en esta isla a lo largo de los últimos siglos.
Están conservadas numerosas casas, construidas con piedra volcánica, obviamente el material más a mano y muy abundante.
Tres de ellas han sido amuebladas y ambientadas como debían estar en tres períodos muy diferentes: siglos XVI y XVII; XVIII y XIX y finalmente en el XX. En el primer caso sin ventanas y casi sin mobiliario y todo muy tosco, y con una rudimentaria cocina exterior. El segundo modelo ya mostraba una pequeña ventana y muebles algo mejores, más elaboradas. Finalmente, la reconstrucción correspondiente al siglo pasado exhibía mobiliario y dotación reconocible, pero aún así todo modesto y mínimo. Y un tema clave, el de los aljibes para almacenar el agua, vital en la supervivencia isleña hasta prácticamente hoy. Habitaciones bajas con una cubierta plana para recogerla, con un agujero por el penetraba en el interior. Muy interesante.
Dentro del ecomuseo se ha descubierto, y habilitado para visitas, un tubo volcánico espectacular. Se trata de un espacio hueco de los que quedan en el subsuelo cuando la lava invade un territorio.
Descubierto por casualidad, tiene grandes dimensiones.
Da que pensar en lo que puede haber debajo de nuestros pies. En la visita es obligado ponerse un casco para evitar accidentes.
Por último, visitamos el lagartario, donde cuidan y muestran ejemplares del lagarto de El Hierro, que estuvo a punto de desaparecer y de hecho se creía que así había sido hasta 1974. Alcanzan en ocasiones los 60 centímetros y 400 gramos de peso.
Ante tal panorama, el Gobierno de Canarias lo está reintroduciendo de manera controlada en determinadas zonas para garantizar la pervivencia de la especie.
Esta variada jornada sin caminata dio para mucho.
Fernando nos condujo a la Fuga de Gorreta, una zona espectacular sin cartel ni anunciada en parte alguna.
Es un mar de lava con ausencia total de vegetación, casi la luna, vamos.
Tiene un atractivo especial, como demuestran las fotografías.
Dimos un paseo por allí y regresamos paseando al coche, que habíamos dejado junto a la carretera.
Cosas de una isla tamaño small. El día anterior habíamos conocido a una alemana en El Julan, a la que llevamos en nuestro coche de regreso desde el centro arqueológico al pueblo de El Pinar. Inconfundible porque le falta la mano derecha. La volvimos a ver en este alejado rincón, con su bicicleta adaptada. No se aprecia en la imagen, pero el manillar lleva un artilugio, una especie de recipiente tipo embudo, donde coloca su muñón y puede utilizar la bicicleta. Estaba recorriendo la isla en solitario. Una verdadera jabata.
Después, subimos a las alturas de la isla, para comer en el guachinche de Aguadara, que nos recomendó el dueño de nuestro hotel.
Se trata de un establecimiento especial, de madera, lleno de cachivaches y trastos de todo tipo de las últimas décadas: discos, adornos, aparatos, de todo tipo, botellas... era un divertimento observar una decoración tan ecléctica.
Cerramos el día, y la estancia de El Hierro, visitando un lugar mítico de la isla. Se trata del árbol de Garoé, que abastecía de agua a los bimbaches, que lo veneraban por ello ya que les garantizaba el suministro para una población escasa.
Situado cerca de San Andrés, a mil metros de altura, en un lugar batido por los alisios, sus hojas recogían el agua que luego se almacenaba en enormes oquedades construidas en los alrededores. Llegados los españoles, los bimbaches ocultaron su existencia para que, sin agua, tuvieran que marcharse. Cuenta la leyenda que el plan fracasó por lo de siempre: la princesa bimbache Guarazoca se enamoró de un soldado andaluz y le reveló su existencia....
Nosotros fuimos el día adecuado. Había niebla en el Garoé y caía una lluvia fina, y llamaban la atención los estanques de almacenamiento situados en huecos de la montaña.
Ahora ya no son necesarios gracia a las desaladoras y al acuífero localizado años atrás, que garantizan el abastecimiento de agua a la isla.
Antes de volver al hotel paseamos por Tigaday y nos retratamos junto a la escultura que homenajea a los "carneros", personajes populares del carnaval. Jóvenes de la localidad se visten con pieles de este animal, viejas y olorosas, disfraz con el que asustan a los paseantes y los embadurnan de tinte negro.
Y tras ello regresamos al hotel para empacar las cosas, ya que salíamos al día siguiente de mañana para casa. Antes, una megapartida comunal al chinchimonis/chinos, que estuvo de lo más competido. Disfrutamos del juego en grupo tras una semana de convivencia y caminatas.
Y ahora, como siempre, a preparar la próxima....
Y ahora, como siempre, a preparar la próxima....