martes, 28 de octubre de 2014

(1) Por las cumbres de Tenerife


Llegó octubre y por tanto el momento de darnos la escapada de otoño. Y según lo previsto, el bautizo andarín de uno de los caminantes más jóvenes del país. Lo véis en la foto en brazos de la tita Porota en Lavacolla. Solo diré que nació en julio de 2013, y que se llama Druso, sí, Druso. La polémica del nombre que en su día provocó casi cuarenta correos de opiniones contradictorias, ha tocado a su fin: en su DNI pone Santiago Druso, y pese al escaso entusiasmo inicial de la mayoría del grupo, se ha impuesto el segundo nombre.



El destino esta vez eran dos islas de las Canarias, Tenerife y La Gomera, que estaban pendientes desde que en el 2011 pateamos La Palma bajo la dirección de Fernando Schamann. En los últimos meses preparó la excursión con la intermediación del otro canario, Víctor, de tres días en la primera isla y cuatro en la segunda, con traslado en ferry desde Los Cristianos. Llegamos la noche del 26 de octubre y en Tenerife Sur nos esperaban ya Fernando, Víctor y nuestro jefe de logística, Manolo, que había llegado unas horas antes por su cuenta. En la imagen superior, al día siguiente listos para hacer la primera caminata y debajo Drusito y su mami en plena faena, el primero cómodamente instalado en una mochila que, por cierto, era la primera vez que usaba.




La marchita, para abrir boca, se inició en Fuente Fría y nos dirigimos al Sombrero de Chasna, una curiosa protuberancia geológica que se verá más adelante.



El sendero como tal casi no existía y fue todo una enorme pendiente en la que superamos un desnivel de unos 400 metros. La gran cuesta y piedras sueltas hicieron que camináramos muy despacio y empleáramos unas cuatro horas en total. 



Estábamos en las inmediaciones del Teide y es todo zona volcánica, con la lava casi a la vista y los pinos casi como única flora de calado, pero unos pinos adaptados al terrenos que escarban para hundir las raíces en este suelo complicado y han desarrollado una gruesa corteza que les permite superar los fuegos. 


Todo este alarde de sabiduría proviene de las explicaciones de Fernando, que es como un libro abierto y nos va ilustrando sobre las islas y su historia geológica y medioambiental, un lujazo. 



En la imagen inferior por fin el "sombrero", que no es otra cosa que un antiguo cráter, enorme, que al final se atascó con lava y rocas y formó esa curiosa figura visible desde muy lejos. 


Antes de atacar la cima del "sombrero" llegamos al casi punto final de la caminata, una especie de mirador frente al Teide, con la grandísima suerte de que estaba perfectamente visible. Allí descansamos un rato con la magnífica vista y nos hicimos fotos de recuerdo.


También nos entretuvimos con Drusito, que se portó genial en su etapa iniciática. A lomos de su mami hizo de todo : durmió mucho rato y también disfrutó del paisaje con la alegría y tranquilidad que le caracteriza. El lunes próximo va a ser el rey de la guarde en A Coruña contándoselo a sus compis. 




Fernando nos aclaró todas las dudas que pudiéramos tener sobre la configuración las islas, el papel de los volcanes, antigüedad de cada una y similares, pero prefiero no dar datos de memoria y que el personal recurra a san google que puedo liarme. 
Aquí Alvaro de look montañero.


Y tras las fotos,  


la holganza, 


El "braceo" de Drusito 

 y otras actividades más pedrestes pero inevitables... a por el "sombrero" que nos fuimos.


Antes le dijimos adiós al Teide

y a su "corbata", esa especie de lengua de otro color que talmente parece una ídem.


Al "sombrero" subimos casi todos, pero Irache e o neno quedaron abajo ya que era un poco abrupto y no era cosa de correr riesgos.

Desde la cumbre del "sombrero" la vista se oscurecía con bruma y nubes, para desesperación de Fernando,




 Y tras esta disfrutada mañana iniciamos el regreso por el mismo sitio. En la foto inferior podéis apreciar los pinos con la negrura del incendio de hace unos años, pero verdecitos y claramente recuperados.


Fernando tenía idea de buscar otra ruta, pero no lo vio claro y ante el riesgo de que la etapa se alargara optó de nuevo por la prudencia. Y nosotros, disciplinados, acatando sus decisiones sin rechistar.


Por que ya de por sí el camino no era fácil, 


Pero Druso, en su montura, como si la cosa no fuera con él. Hasta se echó varios sueñecitos.
Y acabada la marcha, mediante el coche de Fernando y el taxi de ocho plazas, el único de Vilaflor, municipio en el que está el hotel, nos fuimos a recuperar fuerzas al restaurante El rincón de Chasna, donde disfrutamos con productos de la tierra, entre ellas queso tierno de cabra con mermelada de higos y papas arrugás con mojo picón. 




Después, regreso al hotel El Nogal, en la citada Vilaflor, que está a unos 1.000 metros de altura y algo rebaja la temperatura, cuando es alta.


Es pequeño, 44 habitaciones, y una antigua casa señorial de una gran finca que sigue en explotación.



Tiene piscina exterior 


Y unas curiosas balconadas y patios interiores con mucha madera. Todo de estilo canario. Agradable. 



También una piscina interior y un spa.



Al día siguiente, martes, la idea era conquistar, vía teleférico, la cumbre del Teide, que lucía imponente en una mañana de nubes altas.



Antes dimos una vuelta por Vilaflor, unos 2.000 habitantes de los que 500 viven en el núcleo principal, que tiene dos iglesias, pegadas, una dedicada a San Pedro, al parecer el único santo isleño.


Nos acercamos también a este enorme pino en las afueras del pueblo, llamado, de forma escasamente original, "El Pino Gordo".


Aquí Druso dejó claro que cada vez asumía más su papel de caminante mini demostrando su destreza en el manejo de los bastones. 


Y luego, al teleférico, tras unas largas-largas-largas colas para adquirir los billetes (26 eurales, la mitad solo en el caso de los residentes). 


Dentro, apiñadas hasta 38 personas.


Al llegar arriba hacía unos 8 grados, pero al comenzar a ventear y llover la sensación térmica era mucho menor. Pero íbamos bien equipados.



Aunque al llegar estaba despejado, enseguida el cielo empezó a cubrirse y la temperatura bajó con rapidez. 


Hicimos una excursión a un mirador para comprobar que no veíamos nada y de paso aclimatarnos a la altura, 3.500 metros en los que se notaba un poco la falta de oxígeno, pero así hacíamos tiempo ya que teníamos permiso para ascender al cráter, unos 200 metros más, a las 3 de la tarde. Es algo reglado y limitado: depende del parque nacional y Fernando lo había gestionado con antelación.


Sin embargo, pasó lo que pasó: empezó a llover, el tiempo empeoró más todavía y los del teleférico advirtieron que en cualquier momento podrían recibir órdenes de cerrarlo. Esto implicaba bajar andando de la montaña en condiciones adversas. O sea, la de dios. Conclusión, el cráter quedó para la siguiente vez. 


Y es que de repente dejó de verse nada, por lo que ascender 200 metros de cota en 600 metros de trayecto (un 30 % de pendiente) no era moco de pavo, y además para no vislumbrar nada en su interior. Una pena pero en las alturas la climatología es cambiante. 


Así que para abajo, donde unos dieron un paseíto y otros a buscar a Manolo más Irache y Druso que por prudencia habían quedado en tierra.



Y es que los alrededores del Teide con sus roques (antiguas chimeneas de volcanes) incluido el Cinchado, famoso por figurar en una antigua tirada de billetes de mil pesetas, son una gozada, y también sus visibles ríos de lava de tanta erupción como aquí ha habido. El Cinchado es el de abajo a la derecha.





Y así, poco a poco, con alguna paradita en sitios que nos indicaba Fernando, fuimos terminando la jornada. El plan no fue el previsto, pero hicimos lo que pudimos. Y lo disfrutamos. 





Para regresar al hotel, aunque en la entrada de Vilaflor tuvimos tiempo de otra caminatilla para ir a una tienda de aloe vera en la que alguna estaba interesada. 



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