martes, 17 de abril de 2018

(3) La Laguna y llegada a El Hierro


Jornada de transición. Sin duda, no era recomendable cambiar Anaga por El Hierro de repeten, y así lo hicimos. El horario del avión, a las cinco de la tarde, permitía una caminata de despedida, pero optamos por un recorrido por la histórica La Laguna, ciudad Patrimonio de la Humanidad. Y lo es desde el año 1999, al parecer por ser ejemplo único de ciudad colonial no amurallada, de tal forma que el trazado urbanístico de su centro histórico ha permanecido prácticamente intacto desde el siglo XV sirviendo de referencia a numerosas ciudades coloniales americanas, como La Habana Vieja, Lima o Cartagena de Indias, con las que tiene bastantes similitudes. 


En este rato seguimos a una guía que durante casi dos horas nos mostró algunas de sus maravillas. En la imagen superior, el grupo en la céntrica Plaza del Adelantado, con el Palacio de Nava y Grimón al fondo, que actualmente se encuentra pendiente de que se decida su restauración y su destino definitivo. 



El paseo había comenzado en el convento de Santo Domingo, donde recibimos una visión general de lo que es y ha sido la que fue primera capital de Canarias, y luego continuamos por calles principales que conforman su actual centro peatonal.


En este trayecto no pudimos dejar de observar algunos verodes que nacen en los tejados, toda una atracción que es posible encontrar en muchos lugares de la isla.


Y en un lado del Adelantado, el convento de las madres Dominicas, un recinto amplísimo que ocupa una manzana entera con sus altos muros encalados. Destaca sobre todo su aljimez (hay un segundo en otra de las esquinas), desde donde las monjas de clausura podían seguir, sin ser vistas, la vida ciudadana en determinados momentos (procesiones, etcétera). Una vez al año, cada 15 de febrero, una multitud hace cola para visitar el sepulcro de una de sus monjas, conocida como "la siervita", cuyo cuerpo se ha mantenido incorrupto desde que murió, en el año 1731. 


La visita incluyó también la entrada en el típico patio canario de la Casa Salazar en la que se ubica el obispado de Tenerife, correspondiente a la diócesis "nivariense". Este nombre viene de Nivaria, que los romanos dieron a Tenerife, se dice que aludiendo a las nieves de la cumbre del Teide. 



También llegamos a uno de los extremos de la ciudad, junto al mercado, donde se encuentra la iglesia de San Francisco, santuario del patrón de la ciudad, el Cristo de la Laguna.


El teatro Leal, perfectamente recuperado hace pocos años, fue otra de las paradas.


Por último, recalamos para comer en la taberna La Casa de Óscar, en la calle Herradores, una de sus vías peatonales, que hasta hace una década fue tienda de ultramarinos. Mientras comíamos, supimos que había sido el hogar de un conocido pintor surrealista lagunero, Óscar Domínguez. Es un local con sabor y se intuye la historia que atesora. Aparte, tiene muy buenas tortillas.



Y de allí al aeropuerto cercano, donde nos encontramos con Mariajo y Manolo que después de salir de Madrid, donde hicieron escala, para Tenerife, y cuando llevaban casi una hora en el aire, volvieron a Barajas al parecer por una avería en el avión. Tras los primeros nervios y cambio de vuelos los reencontramos con algún retraso sobre el horario previsto y pudimos salir todos juntos hacia El Hierro. 


El vuelo duró apenas media hora y pudimos ver la Punta del Teno y los Gigantes. También sobrevolamos la Gomera. 


Enseguida recalamos en el minúsculo aeropuerto de El Hierro, una pista corta, recortada por el mar en ambos extremos, y con una pequeña terminal y ni sombra de hangar alguno. Tampoco es para extrañarse.


Es una isla atractiva, como comprobaríamos en los días siguientes, pero carece de playas y por ello el turismo es residual aunque muy importante para la economía local. Y viven en ella poco más de 10.000 personas en 268 kilómetros cuadrados. Todo muy familiar, pero moverse allí, con su orografía, puede ser más o menos sencillo pero no rápido.


Es la isla más pequeña del archipiélago canario, reserva de la Biosfera desde el año 2000, y su origen, como las demás, es volcánico aunque, en comparación, es la más joven de todas, como bien nos explicó Fernando, con aproximadamente un millón de años. 


A diferencia de las otras islas, tiene pocos barrancos y la cumbre está prácticamente en el centro, aunque la superficie se fue ampliando en diferentes ocasiones en que se produjeron nuevas erupciones y deslizamientos de lava en gran parte del territorio. 


A más de 1.000 metros de altura, la vista sobre el municipio de Frontera desde el ventoso mirador de Jinama, es magnífica.


Y según adonde dirigieras la mirada, el mar de nubes interrumpía la visión, pero el panorama era todavía más atractivo.


Observamos el tronco de sabina que culmina la ascensión a Jinama, por donde llevan cada cuatro años a la Virgen de los Reyes. Fernando y Blanca conocen a fondo este acontecimiento tan especial para los herreños y los visitantes,  y unos días después, cuando hicimos la subida, entendimos un poco más sus explicaciones.


Antes de retirarnos al hotel, nos desplazamos al mirador de La Peña, diseñado por César Manrique, su obra en El Hierro.


La vista es también sobre el valle del Golfo (municipio de Frontera, aunque ninguna de las poblaciones de este ayuntamiento tiene tal nombre) es completamente a vista de pájaro.


Y este mirador, que incluye un restaurante, está en línea con el conjunto de su obra destinada a resaltar los valores medioambientales y a incardinarse en el paisaje sin importunarlo.


Recorrimos el amplio mirador, construido con piedra volcánica, y nos permitimos fotos espectaculares con la caída del sol. Empezábamos a palpar una isla tan especial, y poco conocida.


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