miércoles, 18 de abril de 2018

(4) Descubriendo las sabinas


El primer día efectivo en El Hierro combinamos unas visita a la costa de El Golfo, motorizados con una nuestra flamante furgoneta y otro coche de apoyo, con una caminata ya más seria entre La Dehesa y Sabinosa pasando por el mirador de Bascos. Hubo tiempo para todo. 

De mañana recorrimos la zona de Arenas Blancas, una ampliación sufrida por la isla tras una erupción y que es un área de pura lava. Después, tras un paseíto de unos minutos desde la carretera, llegamos a Hoya del Verodal, una playa muy ventosa donde el mar batía con fuerza y en la que alguno decidió hacer sus pinitos ante un remedo de arco románico.



Un paraje agreste frente a un mar bravo en un ambiente de plena naturaleza y sin referencias humanas a la vista.


Desde aquí, por una empinada carretera que da vueltas arriesgadas sobre montones de lava y cráteres, nos acercamos a la ermita de la Virgen de los Reyes, la patrona de la isla y origen de una curiosa peregrinación muy sentida por los herreños que tiene lugar cada cuatro años.


En esta sencilla construcción en la Dehesa de Sabinosa encontramos un nutrido grupo de visitantes, lo que da idea de que es un lugar de peregrinación. Cada cuatrienio, desde 1740, recorre la isla portada a hombros por vecinos de cada municipio, que se van rotando. Es parte fundamental la música y las danzas, una veintena, siguiendo unas pautas rígidas instauradas hace muchos años. La devoción se basa en la creencia de que la virgen acabó en dicho año de 1740 con una sequía que había diezmado la población tras una primera salida de la cueva que la albergaba. Tras aquel paseo, se cree, llovió torrencialmente y los pastores instauraron la bajada cuatrienal, siempre el primer sábado de julio. La próxima toca en 2021. Esta bajada se ha convertido en una actividad prioritaria para los vecinos de la isla y es muy conocida en toda Canarias.


Finalmente, llegamos al mirador donde se encuentra la atormentada sabina que se ha convertido en la imagen de la isla, ante la que nos imortalizamos. 


Este ejemplar, como otras muchas de la zona, fue domeñada por el viento creando una diseño difícil de imaginar por mente humana. Por lo demás, las sabinas son una seña de identidad de la isla pese a la deforestación que se produjo en el siglo XVI.


En este punto iniciamos la ruta a pie desde la Dehesa hasta Sabinosa, un agradable paseo por las medianías de la isla.


Lo iniciamos a 300 metros de altitud y el punto más alto alcanzado se aproximó a los 900.


Con la primavera en marcha, disfrutamos de campos abiertos  y algún bosque, y por supuesto sabinas escasamente concentradas.


Mediado el recorrido, en el mirador de Bascos, se nos ofreció esta curiosa perspectiva a vista de pájaro. El mirador en sí estaba cerrado a las personas ya que la parte de la montaña en la que se asienta está agrietada y casi en el aire, con riesgo de hundimiento.


Superado este mirador llegaría el verdadero chute de florecillas, que casi nos hacía sentirnos Heidi en sus montañas. Un placer transitar por este camino, aunque el firme obligaba a mirar constantemente al suelo debido a las piedras de gran tamaño y su irregularidad. También, para evitar a los escarabajos peloteros que encontrábamos a cada paso y que corrían riesgo de ser aplastados.


Aunque no es una etapa orográficamente difícil, acumulamos una subida de 300 metros (todos prácticamente de una tacada) y el doble, 600, de descenso, al final, también seguidos y muy pronunciados.



Kilómetros solo hicimos 6.1, pero los disfrutamos en una jornada ideal para caminar en medio de semejante naturaleza. Además de sabinas, tajinastes, magarzas, flores de  mayo, sanjoras y palominos. También relinchones amarillos.


Y en todo momento combinando campos tipo dehesa con vistas espectaculares de la costa.


El destino final era Sabinosa, cuyo nombre no da lugar a engaños sobre su origen. A destacar que es el pueblo más occidental de Canarias y por tanto el más próximo a América.



Fernando nos condujo a continuación al restaurante Din don 2, en Frontera, donde comimos productos de la tierra en línea con los días anteriores: cochino negro, papas arrugadas con mojo, bacalao....


Después de comer aún tuvimos tiempo para un interesante recorrido por el sendero litoral, donde están estas piscinas naturales que ese día estaban batidas por un mar bastante bravo. Con tiempo en calma, el bañito  debe ser estupendo.



En la actualidad es obligado para los turistas porque es llano y asequible y las vistas son estupendas.


La costa de El Golfo es una llanura litoral conformada por malpaíses de antiguas coladas de lava, que con la vegetación de la primavera ofrecía un entorno de lo más llamativo.


 Para los no habituados, un malpaís es un terreno volcánico formado por el enfriamiento y la consolidación de lavas de un episodio volcánico.


No se aprecia por ninguna parte sustrato vegetal. Sin embargo, la vegetación se las apaña para desarrollarse e incluso emerger de esta base tan inhóspita.


Con el mar rompiendo con ganas contra la costa rocosa, el paisaje de lava y piedra y una temperatura agradable, fue un disfrute de camino.



Llegamos finalmente a las inmediaciones de una construcción conocida como el hotel más pequeño del mundo, con cuatro habitaciones.


Aparece como tal en el Libro Guinness de los Récords lo que le ha dado relevancia y convertido en sí mismo en atracción turística. 


En total son 600 metros cuadrados de instalaciones y nueve metros de altura en un saliente sobre el mar, pero esa tarde no era posible llegar: estaba cerrado ya que las olas batían el estrecho camino de acceso y era arriesgado. Tras ello, nos incardinamos en el letrero que identifica al municipio sobre el mar para dar fe de nuestra presencia. Y prepararnos para la excursión estrella en la isla al día siguiente, la subida a Jinama.

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