domingo, 16 de octubre de 2011

(1) En las cumbres de la Caldera


El sábado llegamos a La Palma. El vuelo desde Vigo discurrió sin novedades. Facturamos, parada en Madrid y llegamos a la isla algo antes de las tres de la tarde, a su hora.
Nuestros anfitriones, Ogandenia y Víctor, con el importante refuerzo de Blanca y Fernando, nos aguardaban en el aeropuerto palmeño. Con ellos, una guagua, bus para los no ilustrados, que nos llevó al hotel, la Hacienda de San Jorge, a poca distancia de Santa Cruz de la Palma, la capital isleña.


Pero en el hotel solo se trataba de dejar la maleta y andando nos llevaron a la vecina playa, donde habían reservado en un chiringuito, El Pulpo, donde nos estrenamos en la gastronomía local con un encargado verdaderamente coñón. Queso a la plancha, las inefables papas arrugás con mojón, picón y no picón, y pescados fritos. Salimos satisfechos dispuestos a afrontar la tarde previa a la primera caminata.

La visita a la playa, con bandera azul pero de arena negra, fue una de las opciones.

La zona, como se aprecia, es muy atractiva aunque la piscina del hotel, en la que todavía no hemos hecho fotos, es fantástica.

A última hora de la tarde nos acercamos a Santa Cruz en varios taxis. La población, perdón la capital de la isla, tiene 20.000 habitantes (85.000 toda ella) y una calle Real que pillamos vacía pero muy interesante.

Una de las cosas que más nos atrajeron fueron sus balcones de época, en madera y muchos  con plantas bellísimas.

Daban a lo que ahora es un paseo, pero cuando se construyeron directamente sobre el mar. El cuartucho de la derecha en su momento era el baño y el desague se perdía entre las olas. El resto lo dejo a la imaginación del lector. Tras el paseo tomamos unas tapas y comprobamos que, como dice y repite Ogadenia, el canario busca antes que nada no estresarse. Y a fe que lo consiguen: unas tapitas de nada, una cafetería casi vacía, tres empleados y dos horas para el condumio. Hasta Ogadenia se dormía, pero a simpáticos y amables nadie les gana.

A la mañana siguiente directos a la Caldera de Taburiente con nuestro guía, Fernando, de camiseta naranja, y Toño, bastante más que el chófer, de corbata a la izquierda de Fernando, en una parada del ascenso a la Caldera. Son 36 kilómetros de subida hasta alcanzar los 2.450 metros, con un montón de curvas  y un paisaje que ambos nos fueron explicando. Fernando ejerce de paciente guía con nosotros que tenemos el gusto de disfrutar de sus grandes conocimientos de esta isla, sobre todo porque nos ha hecho el favor no sólo de querer compartirlos con nosotros, sino también de organizar en gran medida la intendencia de este viaje: traslados, comidas y demás. Tenemos la sensación de que con él todo va a ir de cine y vamos a conocer muy bien La Palma con la que está entusiasmado desde hace muchos años.

El paseo empezó en el Astrofísico del Roque de los Muchachos, en el cielo de la isla a 2500 metros de altitud.

Y aquí una vista de Santa Cruz desde las alturas, con trasatlántico incluido.

Y el conjunto del astrofísico.


Poco a poco nos pusimos en ruta con un paisaje de aspecto lunar de la lava que los volcanes soltaron aquí tiempo atrás, muy atrás, pero tenemos El Hierro muy cerca.

Empezamos a andar con ganas y sin que los 10 grados que nos preanunció Fernando aparecieran.


El ambiente era atractivo, teníamos ganas de pasear, un guía de lujo y el tiempo acompañaba.

 La fila de dieciséis esforzados llamaba la atención. En todo el día no nos cruzamos con ningún grupo similar.
 Las formas creadas por la naturaleza nos sorprendieron toda la mañana.
Al final, andar no andamos mucho, apenas 13 kilómetros, pero empleamos 5 horas y 20 minutos. Y es que la ruta fue rompedora: subir y bajar, subir y bajar, y un empedrado de piedras sueltas que obligan a mirar constantemente al suelo so pena de dar con los huesos en el suelo, lo que pasó a más de uno y una.

Las paredes que se han formado impresionan, y hubo una, la de Roberto, que tiene una bonita leyenda que Fernando nos explicó. Es un poco larga, pero solo apuntaré que Roberto es el diablo y alude a los amores de una pareja y terminar no termina muy bien.

Empezamos en el Roque de los Muchachos y acabamos en el Pico de la Nieve, topónimo que hace alusión a la nieve que cae aquí casi todos los inviernos, aunque en este 16 de octubre parecía inimaginable. De este pico descendimos un par de kilómetros intentando no caernos con la mullida alfombra de agujilla de pino en cantidades asombrosas. Y que pinos estos canarios, robustos, de amplio tronco y tan diferentes a los gallegos y castellanos.


 Los tramos planitos, como este que encabeza Fernando, fueron la excepción, por desgracia.

Pero pese a las dificultades disfrutamos del día, del paisaje y de este excepcional parque nacional.

 El remate, de lo mejor, fue Casa Astiano, un restaurante donde aparecimos a comer a las cinco de la tarde. Repetimos el queso y las papas del día anterior, seguido de sopa y garbanzos con carne y proseguimos con carne de cerdo, ternera y conejo más postres. Realmente, estuvo bien y un precio de lo más competitivo, como el día anterior.

Y de vuelta al hotel baño en la piscina, una copita, tertulia y ni un recordatorio de la cena. Habíamos quedado saciados. Y a descansar para el día siguiente.

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